15 de abril de 2024. Santa Helena.

Me conecto con la música. O también me desconecto. Varias veces no volví a un restaurante por la música incoherente que ponían o dejé de salir con alguien porque era “tibio” en sus gustos musicales. De nuevo la música me salva. Ayer me permitió sobrevivir a mi primera experiencia en un temazcal.

No era muy claro para mi qué esperar. Estuve allí como ceremonia de cierre de un curso de masaje holístico que realicé. En la introducción, mis compañeros compartieron medicinas ancestrales y yo me sentía desconectada. No me gusta comer cosas que se vean feas. Nunca me he probado un cigarrillo y eso que soy hija de padres muy fumadores. Por eso me sentía en el lugar equivocado al principio de esa jornada. Entrar a una letrina como baño, caminar descalzo en un tapete con muchos pasos anteriores…puedo hacerlo pero me desconecta. No es algo que me guste, que me haga sentir cómoda. Ese fue el primer descubrimiento en retrospectiva. 

Cuando estuvo lista, entró Diana, la temazcalera, a contarnos sobre la ceremonia. Todo sonaba bien. Me han gustado los turcos y saunas así que no le veía gran problema. Quedarme sentada en la misma posición por un tiempo extendido, tampoco resultaba retador para mi luego de algunas jornadas de meditación casi diarias. La oscuridad y el silencio no me son extraños y me gustan. 

Ya todo estaba dispuesto. Nos reunimos alrededor de la fogata donde ya estaban listas las “abuelitas” que son las piedras utilizadas en el ritual. Se usan muchas veces, hasta que se parten y ahí, empiezan a hacer parte del contorno de la fogata, afuera del temazcal. Es una escenografía hermosa y organizada en detalle. En la mañana se veía una estructura de media esfera, como un domo de un planetario, en palos amarrados. Ahora esa estructura estaba cubierta por muchas cobijas. Solo había una pequeña puerta. 

La fogata desprendía un calor contundente, era dificil estar ahí cerca o no tan cerca, tenía gran capacidad de expansión. Hicimos los saludos a los elementos mirando a los cuatro puntos cardinales, a los ancestros que ya estaban en las estrellas. Nos indicaron que podíamos pasar. Entramos gateando, haciendo dos círculos concéntricos alrededor de un hueco donde estarían más adelante las piedras calientes. Pidieron a quienes tenían ya experiencia en la ceremonia, estar más cerca del fuego, en la primera línea, para apoyarla. 

Diana, la temazcalera se apoya en Antonio, su compañero quien es el encargado de entrar las piedras y otros elementos, de abrir y cerrar las puertas. Mientras espera las señales de Diana, fuma tabaco. Sus hermanas están adentro, cantando con ella, soportándola, echando las medicinas en el fuego.

Diana pidió que entraran las medicinas. Antonio las entraba como muñequitos en un juego de niño, un recipiente en cesta como donde se meten las tortillas mejicanas. Además, un par de cuernos como de venado, que son utilizados para mover las piedras. Pensamos en nuestro propósito. Empezamos a cantar una canción en español para darle la bienvenida a las abuelitas. Fue bonito. Antonio trajo las piedras indicadas por Diana y las dejó como en un rastrillo fuerte, ya adentro del Temazcal. Una de sus hermanas empezó a moverlas con los cuernos hasta el hueco. Se entra el agua en un gran recipiente de cerámica negra. Diana dio la orden de cerrar puertas, y esa orden es acompañada por cantos de las hermanas. Queda oscuridad total. A las piedras se les echan medicinas que al hacer contacto con las piedras se ven naranja fosforescente y emanan aromas. El agua se rocía también en las piedras entre cantos y palabras sanadoras, y ahí se genera el vapor que va calentando el ambiente, los cuerpos y los corazones. 

Los asistentes están invitados a cantar, para mí significó estar presente. Escuchar esas sinceras voces, con melodías ancestrales, tal y como las que uno escucha en las películas. Invitan a centrarse. Estás ahí contigo.

Los asistentes están invitados a cantar, para mí significó estar presente. Escuchar esas sinceras voces, con melodías ancestrales, tal y como las que uno escucha en las películas. Invitan a centrarse. Estás ahí contigo. Rozas la pierna del otro pero no es lugar para hablar, apenas lo soportas, como en nuestro caso porque nos conocíamos. Las hierbas sobre las piedras calientes en medio de la oscuridad total, es la única luz que permite la ubicación. Esos destellos naranjas te dan algo de magia para continuar. A las piedras calientes también les echan agua, el agüita mágica, nuestra agua madre que nos da vida. Y esos vapores hacen más caliente la estancia, y los cantos ayudan a soportar. 

Se abre la puerta, la luz y el aire entran. Soportan, recuperan la vida. 

La puerta se abre tres veces más. Cuatro puertas se le llama y es una forma de medir la duración del temazcal. Entre cada una, hay rezos al fuego, al agua, al viento, a los ancestros, aquellos que se adelantaron a las estrellas. La palabra fluye por los participantes. Actitud ceremonial. No hay sicodelia ni alucinaciones porque no consumes nada. Solo estás ahí con tu cuerpo sudoroso en el utero de la madre tierra. Cómoda o incómoda estás ahí, contigo, con tu respiración y tus pensamientos.

Al final, uno respira muy bien, al salir, por eso se siente como empezar la vida otra vez. Estás satisfecho por haber soportado, por haber permanecido. Esa nueva bocanada de aire da una nueva vida, una nueva música que te acompaña.

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